Por qué la compra de Twitter pincha la burbuja de Tesla
Twitter se ha convertido en la aguja que ha reventado la burbuja de Tesla. Desde el pasado mes de abril, cuando Elon Musk, consejero delegado de la compañía, cerró un trato para la compra de la red social por 44.000 millones de dólares, la firma automovilística ha perdido un 67,21% de su valor, reduciendo su capitalización bursátil en más de 600.000 millones de dólares. Por supuesto, la red social del pajarito no es el único motivo de la caída, pero sí se ha convertido en su desencadenante.
Para comprender por qué Tesla ha perdido más de la mitad de su valor, primero debemos entender por qué la firma con sede en Austin, Texas, llegó a estar valorada por encima del billón de euros. Tesla no es una automovilística al uso y su comportamiento en el mercado ha sido más propio de una tecnológica que de una marca de coches.
La marca de Elon Musk salió a bolsa el 30 de junio de 2010 con un precio por acción que rodeaba los 17 dólares, cifra que caería a los dos dólares en 2012 y se mantendría entre los ocho y los 20 dólares durante una década, hasta que, a principios de 2020, la compañía iniciaría un ascenso imparable hasta el pasado mes de abril. Como todas las empresas, durante ese período hubo altos y bajos, pero nada le impediría alcanzar ese billón de dólares de capitalización a finales de 2021. El precio de las acciones era tan alto que el mismo Musk las calificó de “sobrevaloradas” y propuso una división de las mismas para abaratarlas y facilitar la entrada de nuevos inversores, hecho que se produjo este verano.
Mirando el resto de automovilísticas, Toyota sería la marca más cerca a Tesla en cuanto a capitalización. En la bolsa de Nueva York cotiza a 136,16 dólares por acción, lo que suma un valor total de 186.600 millones de dólares. Comparativamente, la marca asiática está mucho más establecida en el mercado, vendiendo en 2021 un total de 9,61 millones de coches, por los 936.000 vehículos que matriculó Tesla, y ha superado la crisis de los componentes produciendo a ritmo récord y anticipando una subida de ventas cuando casi toda la industria caerá. Tesla también mejorará este año, pero se quedará lejos de Toyota. No obstante, Tesla no solo vale más que la japonesa, sino que en seis meses ha perdido más de lo que valen Toyota, General Motors, Ford, Volkswagen, Honda, Hyundai y Kia juntas. Pese a ello, sigue siendo la automovilística más valorada. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: por Elon Musk.
Un relato de liderazgo
Tesla sufrió mucho para lanzar el Model 3, el vehículo que la catapultaría al éxito. Antes de 2020, Elon Musk se mostraba como un ambicioso, y algo volátil, visionario que confiaba ciegamente en Tesla y sus productos. En la presentación del Model 3, argumentó que con este coche alcanzarían a las masas -sus anteriores modelos costaban más de 100.000 euros por aquel entonces- y podrían liderar el mercado eléctrico. Tras varios retrasos por culpa de complicaciones en la producción, el Model 3 llegó, junto con los primeros planes de incentivos para la compra de eléctricos en muchos países europeos y una nueva conciencia ecológica que jugaba a favor de los vehículos enchufables.
El Model 3, además, jugaba con la ventaja de no tener un rival a la altura. Volkswagen anunció que iba a apostar fuerte por los eléctricos, pero la familia ID todavía se estaba gestando. Audi, BMW y Mercedes-Benz apenas se encontraban desarrollando sus productos, que ahora se han convertido en rivales no solo dignos, sino superiores en muchos aspectos.
Esta posición de liderazgo situó a Tesla por primera vez en los rankings de ventas y, sorprendentemente tras los problemas iniciales, no solo era capaz de satisfacer la demanda de sus vehículos, sino que además era capaz de incrementar la producción y de lanzar otro coche, el Model Y, que atacaba directamente al segmento más vendido del mercado, el de los SUV. Tenemos dos coches superventas, una marca capaz de producir cuando, tras el covid, las demás no pueden, y una sensación de crecimiento imparable con nuevas fábricas, como la de Austin y Berlín y con planes para lanzar productos como un camión eléctrico y un superdeportivo. Todo, aderezado con un discurso grandilocuente y pomposo que animaba a los inversores. La demanda por las acciones de Tesla era muy alta y la confianza en la marca y su CEO, ciega.
Y llegó Twitter
Twitter ha sido solo la punta del iceberg que ha impactado con Tesla, un transatlántico que, aunque aparentaba insumergible, parece haber encontrado graves fugas de agua.
Este año, los inversores de Tesla se han enfrentado con una nueva realidad. La competencia ha creado una gama de coches eléctricos con capacidades parecidas a las de los vehículos de Tesla con precios competitivos, amenazando la creciente demanda de la firma de Elon Musk y, por si fuera poco, Tesla ha tenido los primeros problemas productivos en años, contratiempos que no le han permitido producir tantos coches como quería. En las fábricas se han multiplicado los problemas, con cierres inesperados en Shanghái, por culpa de las nuevas oleadas del covid-19 y la política ‘cero covid’ del gobierno chino, y en Berlín, donde se retrasó el inicio de las operaciones por culpa de las quejas de los ecologistas, que ahora están boicoteando sus planes de ampliación. Además, a Tesla le cuesta encontrar personal en Berlín, con los sindicatos alegando que sus condiciones son mucho peores en comparación con sus rivales. Todo, sumado a problemas logísticos que, al final, han terminado provocando que en 2022 no solo vaya a producir menos de lo esperado, sino que muchos de los coches producidos no se podrán entregar. Tesla cerrará 2022 vendiendo más, pero no cumplirá las expectativas de sus inversores.
Si miramos su cotización, entre el 1 de enero y el 24 de abril, Tesla ya se dejaba más de un 8% en bolsa. Los síntomas ya estaban afectando a su rendimiento en los mercados. El discurso triunfalista de Elon Musk, que volvía a recurrir a su promesa de la conducción autónoma y a recordar que pronto iban a lanzar el Cybertruck y el camión Semi, ambos retrasados, se diluía. Los creyentes se mantenían fieles.
Pero en abril Musk quiso comprar Twitter y se produjo la última señal de alarma para los inversores. El sudafricano vendió acciones de la marca por valor de 8.500 millones de dólares para financiar la compra, aunque prometió que sería la única venta que realizaría. Paralelamente, centró su discurso en redes sociales en Twitter, la libertad de expresión y sus primeros planes para la empresa. Su valor empezaba a caer por el miedo de los inversores a que el directivo empezara a descuidar su compañía. Musk, entonces, realizó una maniobra interesante: dijo que echaba para atrás la compra de la red social por su gran volumen de cuentas falsas, y centró de nuevo su atención en Tesla. En verano, unos buenos resultados económicos y productivos de la marca, así como el lanzamiento de la beta de la función de conducción autónoma para sus coches, volvían a impulsar sus acciones. Parecía que la sangría estaba controlada.
Pero no. En agosto Musk volvía a vender acciones, esta vez por 6.900 millones, y en octubre se vio obligado a comprar Twitter por orden judicial. Tras la compra, Musk ha vendido acciones dos veces más por un valor total de 7.600 millones de dólares. Como su riqueza se concentra en acciones, cada vez que necesita capital debe venderlas y la situación de Twitter, que se ha convertido en un pozo sin fondo ante la espantada de los anunciantes y su incapacidad para generar ingresos, solo agrava su problema. Además, los titulares se han enfocado en Twitter y el relato del sudafricano ha virado hacia la red social. Tesla es ahora una marca de coches como las demás.