La odisea de Thierry Sabine al perderse dos días en el desierto que dio vida al Dakar

Corría el año 1977 cuando Thierry Sabine, un piloto francés apasionado por la aventura y la velocidad, vivió una experiencia que cambiaría su vida y la historia del automovilismo para siempre. Durante su participación en el rally Abidjan-Niza, su motocicleta quedó atrapada en las infinitas arenas del desierto de Libia. Lo que inicialmente parecía un contratiempo mecánico se transformó rápidamente en una lucha por la supervivencia.

Sabine pasó dos días perdido en un entorno hostil, enfrentándose a temperaturas extremas, desorientación y la inmensidad de las dunas. Sin embargo, aquel episodio no solo le marcó profundamente, sino que le reveló el poder transformador y la mística del desierto. El propio Sabine aseguraba que el sol del desierto sin nada de sombra era una sensación parecida a la de la claustrofobia.

Tras dos días desaparecido en el desierto, Sabine se las ingenió para sobrevivir. Cuenta la historia que el piloto francés usaba las piedras para generar saliva, como cuando comes caramelos. Además, lograron encontrarle porque creó una cruz en el suelo que el helicóptero vio desde la altura. Una vez rescatado le dijeron que acaba de empezar una nueva vida para él.

De regreso a Francia, Sabine no podía dejar de pensar en su experiencia. Esa mezcla de peligro, desafío y belleza le inspiró a concebir un proyecto que combinara su amor por los deportes de motor con su fascinación por los paisajes extremos. Así nació la idea del Rally París-Dakar, una competición que no solo pondría a prueba la destreza de los pilotos, sino también su resistencia física y mental en uno de los entornos más duros del planeta.

La primera edición del rally se celebró en 1979, con un recorrido de casi 10,000 kilómetros que conectaba la capital francesa con Dakar, la bulliciosa ciudad costera de Senegal. Casi 200 competidores, entre motocicletas, coches y camiones, respondieron al llamado de Sabine, dispuestos a cruzar montañas, sabanas y, por supuesto, el desierto del Sahara.

Sabine tenía claro que el desafío de la carrera debía ser salir a la aventura y un sueño para aquellos que llegaran. Así, capturó la esencia del Dakar. No se trataba solo de ganar; el espíritu de la carrera residía en superar los propios límites, adaptarse a lo inesperado y aprender a convivir con la naturaleza en su estado más puro.

El impacto fue inmediato. La carrera no solo se convirtió en un referente del automovilismo internacional, sino también en un fenómeno cultural. Sabine logró transmitir su visión: mostrar al mundo la grandiosidad del desierto mientras reunía a aventureros de todos los rincones del planeta.

Trágicamente, Thierry Sabine perdió la vida con tan solo 36 años cuando intentó rescatar a sus competidores. Sin embargo, su legado perdura. El Rally Dakar, que desde 2020 se celebra en Arabia Saudí, sigue siendo una de las competiciones más duras y prestigiosas del mundo, manteniendo vivo el espíritu de su creador.

Tras su muerte, las cenizas del francés fueron enterradas en el desierto de Mali, ya que ese era su deseo. Todo un acto poético, ya que ese lugar lleno de arena y soledad en el que rozó la muerte fue donde Sabine decidió descansar para siempre. De hecho, allí en Mali hay una placa y un árbol en su nombre.

La historia de Sabine nos recuerda que incluso los momentos más difíciles pueden convertirse en la chispa de grandes ideas. Lo que empezó como un extravío en el desierto dio lugar a una leyenda, y cada vez que los motores rugen en las dunas, el espíritu de Thierry Sabine está presente, guiando a los competidores hacia nuevos horizontes.